Paisaje abierto. Sobre Autopoiesis de Maria Bilbao·Herrera
Por Jesús Torrivilla
En las islas y costas del Caribe, antes de la llegada de los españoles, no había construcciones de piedra. Los que nada tenían, buscaron en la naturaleza los idearios fundadores de los pensamientos y las creencias. Fue en esa naturaleza, como gran escenario, donde el paisaje y su gente se encontraron con el tiempo. Los nativos, adaptados a un clima en su mayoría benévolo, supieron construir sus casas con ramas de árboles: “…un saber acumulado como experiencia en los entretejidos, en los sostenes y los sujetadores de origen vegetal de una arquitectura flexible ante los efectos climáticos caribeños”. La misma naturaleza daba las herramientas para una mediación de la que empezó a nacer una cultura.
Maria Bilbao·Herrera presenta una instalación donde la luz dibuja una arquitectura abierta a los cambios. En esta casa de malangas y reflejos el individuo no se encierra: habita como forma creativa. La artista busca crear un lugar como proceso, como un mar donde el espectador, al sumergirse, hace sus propias olas y cambia el paisaje. Autopoesis es una toma de posición ante la contemporaneidad: no somos más que raíces móviles, cambiantes, que ya no desean establecerse; raíces que viajan a diferentes profundidades y hacen nuevas conexiones.
Esa naturaleza idílica del Caribe también sabe convocar tempestades. En Autopoiesis no hay nostalgia, sino un compromiso con el movimiento, que en medio de embates huracanados, les hace frente con la fuerza de un sí mismo que no se encierra en sus propios límites. El individuo no construye aquí fortalezas, sino sistemas capaces de reconfigurarse. Autopoiesis se abre, desde las luces y las sombras, a hacerse cargo de la angustia, es una invitación a pensar en los claroscuros de la experiencia, fuente de saber.
“La identidad son los nombres que les damos a las diferentes maneras en que las narrativas del pasado nos posicionan y dentro de las que nos posicionamos”, afirma Stuart Hall, quien también cree que esa identidad son puntos de sutura , inestables, que construimos desde el discurso. El individuo para él es sujeto continuo de una tensión entre historia, cultura y poder. La artista nos invita a recorrer esa tríada no solo volviendo a la tierra, abriéndonos paso desde las raíces, sino también subiéndonos a través de los tallos de los vegetales, recreándonos en la forma de sus hojas, despegando y mirando al cielo para reconfigurarnos en constelaciones. Nos invita a mirar con la luz dorada de la tarde, a veces sofocados por el calor, pero decididos a ser cada vez más ligeros.
En esta reivindicación del movimiento, por supuesto, el tiempo no es una línea recta sino un camino sinuoso donde cronos destapa una cerveza. El paisaje entonces no solo será la expresión de lo natural sino también de la materialidad del pensamiento: por eso en una mesa se despliegan las anotaciones, mapas, fragmentos y recuerdos que la artista pone en escena como una cantera de imanes nuevos y viejos, listos para cargarse con nuevas conexiones.
En esta instalación el espectador hace su propia casa desde la poética. Ante un mundo que parece arrancado de su trayecto, la artista propone tomar esas curvas como quien agradece un soplo de brisa. Las paredes dejarán entrar ese aire, los techos seguirán abiertos a la luz. No hay murallas sino tejidos. Autopoiesis se construye con los reflejos de un espejo roto, con los papeles en blanco sobre los que se adivinan las sombras.
Yolanda Wood. Islas del Caribe: naturaleza-arte-sociedad. La Habana: Editorial UH, 2011, p. 27
Stuart Hall. "Cultural Identity and diaspora". En Framework No. 36 p. 222, traducción nuestra.